La voz del polvo
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¡Por aquí! ¡Esta zona está todavía sin
colonizar! Y millones de pies colonizantes avanzan por la tierra virgen,
y repiquetean más como sobre algodón que como sobre tierra, pero suenan
y resuenan como escuadrones letales en la cabeza de Susana cuando, otra
vez, se despierta con el corazón que salta y la piel que llora de
susto, sobre todo en la nuca. Ahora todo está en silencio, que es como
tiene que estar una casa cuando hasta los ladrillos duermen. Toma aire
por la nariz y lo expulsa lentamente por la boca, todo lo lentamente que
puede, porque los nervios se empeñan en apretarle el estómago para que
salga todo de golpe, para que empiece a dar tumbos por la habitación
como un globo al que le sueltan la boquilla, que se vuelve turuleta, que
ya no sabe ni por dónde va, un globo chalado. No estoy chalada. No es
que no duerma porque estoy mal, es que estoy mal porque no duermo, le
explicó ayer por enésima vez a su madre, que le daba pastillas de
valeriana, tiritas para la pena. Tú lo que tienes que hacer es volver a
casa conmigo, le contestó esta, tienes voces en tu cabeza desde la
primerísima noche que dormiste en ese piso. La semana pasada, en casa,
te dejaron tranquila, eso es que algo allí no va bien, ¿Es o no es?. Es,
se resigna Susana. Pues ya está, terminas el mes de alquiler y te
vuelves, o te vuelves ya mismo si quieres… No quiero, mamá, quiero vivir
en Madrid… Ya volverás a Madrid cuando te encuentres mejor, lo primero
es la salud. Así es que Susana y su autoestima regresarán el lunes a la
casa materna. En pocos meses, curada por fin de su locura, sin hordas de
guerreros nocturnos torturando las madrugadas, alquilará un piso sin
amueblar para el que comprará, entre otras cosas, un nuevo colchón.
Desde la primera noche dormirá en silencio.
Dicen que
los ácaros se multiplican rápidamente, lo que no cuentan es que trabajan
de noche, mientras todos duermen, y que sus ejércitos están dirigidos
por capitanes que gritan a sus soldados, y que estos patean el algodón
de los colchones con sus millones de pies colonizantes, mientras hasta
los ladrillos duermen. Tal vez esta no sea la primera vez que alguien ha
escuchado la voz del polvo.
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