Todos hemos mentido alguna vez, y no por eso
somos mentirosos patológicos. Algunos hemos sisado un bolígrafo
descarriado en la oficina, y no somos cleptómanos. Todos nos morimos
alguna vez en nuestra vida por un beso, pero eso no nos hace
emocionalmente dependientes. Hemos guardado las cajas de la mudanza por
si hacían falta más adelante, y no por eso tenemos síndrome de
Diógenes... o sí.
Un universo obsesivo asoma
discretamente desde la cotidianidad de los días de Pía que, en una
semana, de jueves a jueves, estallará contra las paredes de su piso y
puede que contra las de nuestra cabeza también. Y es que a veces no
somos capaces de ver la evidencia, aunque haya estado allí desde el
principio.
El martes que viene, Ana, la madre de
Pía, y Mar, su amiga desde la infancia, descubrirán por fin el secreto
que Pía guarda en su piso desde hace un año. Entrarán cargadas de bolsas
para basura, entrarán sin su permiso cuando ella esté camino del
hospital donde trabaja. Mar se preocupará por el enfado de su amiga y
Ana, la madre, justificará el allanamiento: «Pía necesita ayuda y ella
no nos la va a pedir».
Pero todo esto sucederá el martes y hoy todavía estamos a jueves.
Así empieza "El rincón de las cosas que faltan", por la mitad.
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